Dos veces al año, en una remota esquina de Corea del Sur, el mar se comporta como si obedeciera una partitura cósmica: se "abre" por un breve intervalo de una hora, revelando un camino que conecta las islas de Jindo y Modo. Es lo que muchos llaman el "Milagro de Jindo", pero más que magia, es ciencia disfrazada de asombro.
Aquí, la danza entre mareas y gravedad compone una sinfonía geográfica. Miles de personas caminan sobre el lecho marino expuesto, celebrando una tradición que mezcla lo ancestral con lo astronómico. Porque no olvidemos: todo lo que ocurre en nuestro planeta, incluso el retroceso del mar, está enmarcado por las mismas leyes físicas que gobiernan las órbitas de los planetas y el nacimiento de las estrellas.
Ver este fenómeno no es sólo presenciar una rareza terrestre… es contemplar una coreografía natural donde la Tierra recuerda, aunque sea por un momento, que está profundamente conectada al resto del cosmos.
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